¿Cuánta conciencia tenemos?

 

Las gentes quieren ver, oír, tocar y palpar las grandes realidades de los Mundos Superiores; las gentes quieren recordar sus existencias pasadas, conversar con los dioses, etc., etc. Empero, desgraciadamente, la gente tiene tan solo un “3 %” de Conciencia despierta y un“97 %” de Conciencia dormida.

Quien quiera palpar las grandes realidades de los Mundos Internos, quien quiera llegar al despertar de la

Conciencia, tiene que resolverse a morir de instante en instante; eso es indispensable...

Ante todo se hace urgente saber que tenemos un Yo pluralizado dentro de nosotros mismos. Tal Yo es el “Seth” de la mitología egipcia: conjunto de los “diablos rojos”, como dijeran los antiguos sacerdotes de la tierra de los faraones. Esas entidades sumergidas, que vienen a personificar al Ego (o a Seth, como estábamos diciendo), son la semblanza de nuestros propios defectos.

Dentro de cada una de esas entidades está enfrascada nuestra Conciencia (embutida, embotellada, dormida). Así, pues, nuestra Conciencia actúa en función de su propio embotellamiento, marcha definitivamente por el camino del error; es egóica, desgraciadamente.

Si queremos despertar (para poder ver, oír, tocar y palpar los Mundos Superiores, para poder parlar con los Maestros de la Blanca Hermandad), se necesita destruir totalmente a Seth, al Ego, a los “diablos rojos”, a los Yoes. Solo así la Conciencia logra emanciparse, liberarse y despertar radicalmente.

No debemos olvidar la MUERTE. Con justa razón esos monjes de La Cartuja, en España, tienen un saludo muy especial: “Hermanos, de morir tenemos...”. Contesta el otro monje: “Hermano, eso ya lo sabemos...”. Ese es su saludo, cada vez que se encuentran: “Hermano, de morir tenemos... “. “Hermano, eso ya lo sabemos...”.

A nosotros no nos interesa la muerte del cuerpo físico; ese lo podemos perder al salir de la casa, en cualquier momento; en el mismo hogar podemos caernos de la cama al suelo, etc. Lo que nos interesa es la MUERTE DEL YO, de ese Yo que tenemos dentro, que nos hace horribles.

Si ustedes estuvieran despiertos podrían evidenciar lo que les estoy diciendo.

Las radiaciones que carga toda persona que tiene el Yo son muy semejante a las del Conde Drácula: ¡siniestras! Cuando yo estoy en meditación, por ejemplo, solo, y viene alguien por ahí que tiene el Yo, desde lejos siento sus vibraciones siniestras; son las mismas del Conde Drácula: desagradables, siniestras, izquierdas...

El Yo nos hace a nosotros verdaderamente inmundos, en el sentido más completo de la palabra. Así, pues, cuando ya uno consigue eliminar el Yo, desintegrar todos los “elementos inhumanos” que llevamos dentro, queda entonces radicalmente despierto, en un ciento por ciento despierto; eso es obvio.