¿cuál es el proceso?

La vida es energía determinada y determinadora. Desde el nacimiento hasta la muerte fluyen dentro del organismo humano distintos tipos de energía.

El único tipo de energía que el organismo humano no puede resistir es el RAYO DE LA MUERTE. Este rayo posee un voltaje eléctrico demasiado elevado.

El organismo humano no puede resistir semejante voltaje. Así como un rayo puede despedazar un árbol, así también el Rayo de la Muerte, al fluir por el organismo humano, lo destruye inevitablemente.

El Rayo de la Muerte conecta el fenómeno muerte con el fenómeno nacimiento. El Rayo de la Muerte origina tensiones eléctricas muy íntimas y cierta nota clave que tiene el poder determinante de combinar los genes dentro del huevo fecundo. El Rayo de la Muerte reduce el organismo humano a sus elementos fundamentales.

Lo que queda: Obviamente, al panteón van tres cosas:

1ª. El cuerpo de carne y hueso, que se pudre entre el sepulcro.

2ª. El cuerpo vital o “cuerpo bioplástico” (como le llaman los rusos), que flota cerca del cadáver y se va descomponiendo poco a poco conforme el cuerpo físico también se va descomponiendo. Sabemos muy bien que cada siete años cambia totalmente el cuerpo físico y no queda ni un solo átomo antiguo en dicho cuerpo. Empero el cuerpo vital no cambia. En dicho cuerpo están contenidos todos los átomos de la niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez y decrepitud.

3ª. La personalidad humana. La personalidad no es el cuerpo físico, la personalidad es energética; no se puede ver con los ojos físicos, pero existe.

Cuando uno viene al mundo no trae personalidad. Esta se forma con el ejemplo de los padres, con lo que uno aprende en la escuela, con las experiencias de la vida, etc. En realidad, la personalidad se forma durante los primeros siete años de la infancia, y se robustece con el tiempo y con las experiencias.

La personalidad es hija de su tiempo, nace en su tiempo y muere en su tiempo; no existe ningún mañana para la personalidad del muerto.

Después de la muerte del cuerpo físico, la personalidad está dentro del sepulcro, pero sale cuando alguien lleva flores, cuando algún doliente la visita; ambula por el panteón y vuelve a su sepulcro. La personalidad humana es perceptible para los clarividentes; cualquier persona que tenga un poquito de extrapercepción podrá ver cómo la “expersonalidad” se va desintegrando lentamente en el cementerio.

Voy a contarles, en relación con esto, un hecho insólito. Por ahí, en una fiesta, cierta dama supo distinguirse por su inmensa alegría, pues obviamente destacaba entre todos los invitados por su carácter jovial y por su belleza física.

Muchos jóvenes danzaron con ella hasta las tres de la mañana, hora esta en que la dama manifestó tener mucho frío; uno de sus admiradores le prestó una chamarra, chupa o chaqueta para que se abrigara. Luego, como un cumplido caballero, se ofreció para acompañarla hasta su casa. La dama no declinó tal atención caballeresca, y salió, pues, de la sala de festín.

En veloz automóvil, la dama acompañada por el joven que le ofreciera su compañía y por algunos otros varones amigos de este último llegó hasta la puerta de su casa.

El personal de compañía se despidió de la susodicha dama al tiempo que esta penetró en su morada.

Al día siguiente, el caballero dueño de la prenda de vestir prestada a la dama, junto con sus amigos, tocó a la puerta de aquella mansión con el evidente propósito de recuperar la prenda.

Una anciana abrió la puerta a tiempo que preguntara: “¿Qué desean Vds., señores?”. “Venimos –dijo uno de los jóvenes– por una chamarra que le presté anoche a la señorita fulana de tal”. “¡Oh! –dijo la anciana–, si Vds. quieren esa prenda de vestir deben ir a buscarla en el panteón; la hallarán sobre la tumba de mi nieta; ella fue la dama que con Vds. anoche bailó; hace muchos años murió”.

Los jóvenes alarmados se dirigieron ciertamente al panteón, buscaron el sepulcro de la dama, y lo hallaron, y sobre este último encontraron la chamarra.

Vean Vds., mis amigos, un caso extraordinario de materialización.

Realmente, a los incrédulos, a los escépticos, les parecerá como cuestión de cuentos para niños pequeños, pero no parecerá lo mismo al que experimentó esa terrible realidad. Porque una cosa es conceptuar sobre algo en lo que no se cree y otra es experimentarlo en el propio pellejo.

Ahora bien, ¿qué fue lo que se hizo visible y tangible para esos jóvenes? ¿Qué fue lo que danzó con ellos en medio de la fiesta? Pues, realmente, la expersonalidad. Esta suele a veces hacerse visible y tangible.

La personalidad es energética, permanece en el sepulcro, pero a veces sale de él y hasta se da el lujo de andar por diversos lugares.

La muerte y la concepción se encuentran íntimamente relacionadas. Los extremos se tocan. El sendero de la vida está formado con las huellas de los cascos del caballo de la muerte.

Los últimos instantes del agonizante se hallan asociados a las delicias eróticas de las parejas que se aman...

En el último segundo de la vida, en el momento preciso en que exhalamos el final aliento, transmitimos al futuro organismo que nos aguarda allende el tiempo y la distancia cierto diseño cósmico particular que viene a cristalizarse en el huevo fecundado...

Es por medio del cordón de plata –el famoso Antahkarana– como quedamos conectados con el zoospermo fecundante...

No está de más afirmar que la Esencia solo viene a penetrar en el cuerpo físico en el instante en que hacemos nuestra primera inhalación...

El “Libro Tibetano de los Muertos” dice: “Has estado en un desmayo durante los últimos tres días y medio. Tan pronto como te recobres de este desmayo tendrás el pensamiento. ¿Qué ha pasado? Que en ese momento todo el Samsara (Universo fenoménico) estará en revolución”.

El “Libro Tibetano de los Muertos” asegura, pues, que todos los hombres caen, en el momento de la muerte, en un desmayo que dura tres días y medio.

Max Heindel, Rudolf Steiner y muchísimos otros autores sostienen que durante esos tres días y medio el Ego desencarnado ve pasar toda su vida en forma de imágenes y en orden retrospectivo.

En el momento de la muerte y durante los tres días y medio siguientes nuestra Conciencia y nuestro juicio interno son liberados por la descarga electrónica. Entonces vemos pasar toda nuestra vida en forma retrospectiva. La descarga es tan fuerte que el hombre cae después en un estado de coma y de sueños incoherentes. Solo aquellos que poseen eso que se llama Alma (hablando en un lenguaje riguroso) pueden resistir la descarga electrónica sin perder la Conciencia. (Si hemos empleado en forma genérica el término de alma es para que las gentes nos entiendan.

Realmente, el ser humano todavía no tiene alma, lo que tiene es un embrión llamado Conciencia, Esencia, con las posibilidades latentes dentro de ella para que germine, crezca y acabe convirtiéndose en auténtica Alma).

Pasados tres días y medio, pues, la Esencia entra en un estado de Conciencia de tipo lunar. En el momento de la muerte revivimos la vida en forma retrospectiva, bajo la descarga electrónica, pero en forma muy rápida y terrible. (Muchos son los que han narrado este primer juicio o retrospección rápida que vive la Esencia ante un inminente peligro de perder el cuerpo físico).

Después, como dijimos, tiene que pasar el difunto aquel por un segundo juicio o retrospección. Tiene que revivir en el mundo astral toda la existencia que acaba de pasar, pero la revive en una forma tan natural y a través del tiempo que el difunto, identificado con la misma, de verdad saborea cada una de las edades de la vida que terminó.

Si era de ochenta años, por ejemplo, por un tiempo estará acariciando a sus nietos, sentándose a la mesa, acostándose en su consabida cama, etc. Pero a medida que va pasando el tiempo, él va adaptándose a otras circunstancias de su propia existencia; pronto se sentirá viviendo la edad de los setenta y nueve años, o de los setenta y siete, o de los sesenta, etc., etc.; y si vivió en otra casa a la edad de los sesenta años se verá viviendo en aquella otra casa, y dirá lo mismo que dijo, y hasta su aspecto psicológico asumirá el aspecto que tenía cuando era de sesenta años; y si vivió a la edad de los cincuenta años en otra ciudad, a esa edad se verá viviendo en esa otra casa.

Al tiempo que cambia su aspecto psicológico, su fisonomía también cambia, formándose de acuerdo con la edad que tenga que revivir; a la edad de veinte años, por ejemplo, tendrá exactamente la fisionomía que tuvo cuando era de veinte años, y a la edad de diez años se verá hecho un niño; y cuando llegue el instante en que haya terminado de revisar su existencia pasada, toda su vida habrá quedado reducida a sumas y restas de operaciones matemáticas; esto es muy útil para la Conciencia.

Terminado el trabajo retrospectivo, es claro que tenemos plena conciencia del resultado final de la vida que acaba de pasar. Es entonces, y solo entonces, cuando todo aquel que no esté definitivamente perdido toma la decisión de enmendar sus errores y pagar lo que debe.

El Juicio Final es el que decide la suerte de los desencarnados. Cuando el difunto ha revivido en forma retrospectiva toda la vida que acaba de pasar, entonces tiene que presentarse ante los TRIBUNALES DEL KARMA para ser juzgado. (Véase la guía titulada “La Ley de Causa y Efecto”).

La leyenda de Zoroastro dice: “Todo aquel cuyas buenas obras excedan en tres gramos a su pecado va al cielo; todo aquel cuyo pecado es mayor, al infierno; en tanto que aquel en el que ambos sean iguales permanece en el Hamistikan hasta el cuerpo futuro o resurrección”.

Es inevitable que, una vez que se ha repasado la vida tal como sucedió, tenga que presentarse el difunto ante los Tribunales de la Ley, ante los Señores del Karma. Esto es lo que se llama presentarse uno ante los Tribunales de Dios o de la Justicia objetiva; tales Tribunales son perfectamente distintos a los de la justicia subjetiva o terrenal. En los Tribunales de la Justicia objetiva solo reina de verdad la Ley y la Misericordia, porque es obvio que al lado de la Justicia siempre está la Misericordia.

De tal juicio, de tal fallo, resulta el porvenir del desencarnado. Tres son los caminos que se abren:

1º. Unas vacaciones en los Mundos Superiores antes de regresar a este mundo. Este camino es para gentes que se lo merecen de verdad.

2º. Retornar, en forma mediata o inmediata, a una nueva matriz. Ese retornar o regresar a este mundo suele ser bastante doloroso.

3º. Descender a los Mundos Infiernos hasta la Muerte Segunda de la que habla el Apocalipsis de San Juan y el Evangelio del Cristo.

Obviamente, quienes logran el ascenso a los Mundos Superiores pasan por una temporada de gran felicidad. Normalmente, el alma, o lo que es más exacto, la Conciencia, se encuentra embotellada entre el Yo de la psicología experimental, entre el Ego, que como ya dijimos, es la suma de distintos elementos inhumanos; mas sucede que aquellos que suben a los Mundos Superiores abandonan el Ego temporalmente.

En estos casos la Conciencia, la Esencia, el Buddhata, o como queramos llamarla, sale de dentro de ese calabozo horrible que es el Ego, el Yo, para ascender al famoso “devachán” de que nos hablaran los indostanos, una región de felicidad inefable en el Mundo de la Mente Superior del Universo. Allí se goza de una auténtica felicidad, allí se encuentran los desencarnados con los familiares que abandonaron hace tiempo, encuentran, dijéramos, la Esencia de ellos.

Posteriormente, esa Esencia o Conciencia abandona también el Mundo de la Mente para entrar en el Mundo de las Causas Naturales. El Mundo Causal es grandioso, maravilloso. En el Mundo Causal resuenan todas las armonías del Universo; allí se sienten en verdad las melodías del Infinito. Sucede que en cada planeta hay múltiples sonidos, pero ellos entre sí sumados dan una nota síntesis, que es la nota clave del planeta. El conjunto de notas claves de cada mundo resuena maravillosamente entre el coral inmenso del Espacio estrellado. Esto produce un gozo inefable en la Conciencia de todos aquellos que disfrutan la dicha en el mundo causal.

También encontramos en el Mundo de las Causas Naturales a los Señores de la Ley, los que castigan y premian a los pueblos y a los hombres. Encontramos en el Mundo de las Causas Naturales a los verdaderos Hombres, a los Hombres Causales; allí los hallamos trabajando por la humanidad. Encontramos en el Mundo de las Causas Naturales a los Principados, o Príncipes del Fuego, del Aire, de las Aguas y de la Tierra.

La vida palpita intensamente en el Mundo de las Causas Naturales. El Mundo Causal es precioso en sí mismo, resplandece un azul profundo, intenso como el de una noche llena de estrellas iluminada por la luna. No quiero decir que no haya otros colores, sí los hay, pero el color básico, fundamental, es el azul intenso, como el de una noche profunda, luminosa, estrellada.

Quienes viven en esa región son felices en el sentido más trascendental de la palabra, pero todo premio a la larga se agota, cualquier recompensa tiene un límite, y llega el instante, claro está, en que la Esencia que ha entrado en el Mundo Causal debe retornar, regresar y descender inevitablemente para meterse nuevamente dentro del Ego, dentro del Yo de la psicología experimental.

Posteriormente, esa clase de Esencias viene a impregnar el huevo fecundado para formar un nuevo cuerpo físico, se reincorporan en nuevo cuerpo físico, vuelven al mundo.

Otro es el camino que aguarda a los que descienden a los Mundos Infiernos. Se trata de gentes que ya cumplieron su tiempo, su ciclo de manifestación, o que fueron demasiado perversos.

Tales gentes involucionan indudablemente dentro de las entrañas de la Tierra... (Véase la guía titulada “La Transmigración de las Almas”).

Es indispensable comprender que las gentes jamás en la vida se preocupan por despertar Conciencia. Realmente, todas las personas del conglomerado social tienen la Conciencia profundamente dormida.

Es obvio que después de la muerte, el animal intelectual, equivocadamente llamado hombre,

continúa con su vida ensoñativa; si a algún desencarnado se le dijese que está muerto, obviamente no lo creería.

Es ostensible que los desencarnados piensan siempre que están vivos, pues nada extraño encuentran al morir. Ellos ven siempre el mismo sol, las mismas nubes, las mismas aves ensayando el vuelo desde los tupidos sauces del jardín. Los llamados muertos, después del gran paso, ambulan por las calles de la ciudad o por los distintos sectores del suburbio donde fallecieron. Normalmente continúan con su trabajo cotidiano, y se sientan a la mesa en su casa y hasta se dan el lujo de acostarse en su lecho; jamás pensarían que han pasado al más allá. Ellos se sienten viviendo aquí y ahora.

En estas condiciones, al ver su cuerpo en el ataúd, suponen que se trata de otra persona, ni remotamente sospechan que se trata de su mismo vehículo fallecido; esa es la cruda realidad de los hechos.