¿cuál es el proceso?
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El Rayo de la Muerte conecta el fenómeno muerte con el fenómeno nacimiento. El Rayo de la Muerte origina tensiones eléctricas muy íntimas y cierta nota clave que tiene el poder determinante de combinar los genes dentro del huevo fecundo. El Rayo de la Muerte reduce el organismo humano a sus elementos fundamentales. Lo que queda: Obviamente, al panteón van tres cosas: 1ª. El cuerpo de carne y hueso, que se pudre entre el sepulcro. 2ª. El cuerpo vital o “cuerpo bioplástico” (como le llaman los rusos), que flota cerca del cadáver y se va descomponiendo poco a poco conforme el cuerpo físico también se va descomponiendo. Sabemos muy bien que cada siete años cambia totalmente el cuerpo físico y no queda ni un solo átomo antiguo en dicho cuerpo. Empero el cuerpo vital no cambia. En dicho cuerpo están contenidos todos los átomos de la niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez y decrepitud. 3ª. La personalidad humana. La personalidad no es el cuerpo físico, la personalidad es energética; no se puede ver con los ojos físicos, pero existe. Cuando uno viene al mundo no trae personalidad. Esta se forma con el ejemplo de los padres, con lo que uno aprende en la escuela, con las experiencias de la vida, etc. En realidad, la personalidad se forma durante los primeros siete años de la infancia, y se robustece con el tiempo y con las experiencias. La personalidad es hija de su tiempo, nace en su tiempo y muere en su tiempo; no existe ningún mañana para la personalidad del muerto. Después de la muerte del cuerpo físico, la personalidad está dentro del sepulcro, pero sale cuando alguien lleva flores, cuando algún doliente la visita; ambula por el panteón y vuelve a su sepulcro. La personalidad humana es perceptible para los clarividentes; cualquier persona que tenga un poquito de extrapercepción podrá ver cómo la “expersonalidad” se va desintegrando lentamente en el cementerio. Voy a contarles, en relación con esto, un hecho insólito. Por ahí, en una fiesta, cierta dama supo distinguirse por su inmensa alegría, pues obviamente destacaba entre todos los invitados por su carácter jovial y por su belleza física. Muchos jóvenes danzaron con ella hasta las tres de la mañana, hora esta en que la dama manifestó tener mucho frío; uno de sus admiradores le prestó una chamarra, chupa o chaqueta para que se abrigara. Luego, como un cumplido caballero, se ofreció para acompañarla hasta su casa. La dama no declinó tal atención caballeresca, y salió, pues, de la sala de festín. En veloz automóvil, la dama acompañada por el joven que le ofreciera su compañía y por algunos otros varones amigos de este último llegó hasta la puerta de su casa. El personal de compañía se despidió de la susodicha dama al tiempo que esta penetró en su morada. Al día siguiente, el caballero dueño de la prenda de vestir prestada a la dama, junto con sus amigos, tocó a la puerta de aquella mansión con el evidente propósito de recuperar la prenda. Una anciana abrió la puerta a tiempo que preguntara: “¿Qué desean Vds., señores?”. “Venimos –dijo uno de los jóvenes– por una chamarra que le presté anoche a la señorita fulana de tal”. “¡Oh! –dijo la anciana–, si Vds. quieren esa prenda de vestir deben ir a buscarla en el panteón; la hallarán sobre la tumba de mi nieta; ella fue la dama que con Vds. anoche bailó; hace muchos años murió”. Los jóvenes alarmados se dirigieron ciertamente al panteón, buscaron el sepulcro de la dama, y lo hallaron, y sobre este último encontraron la chamarra. Vean Vds., mis amigos, un caso extraordinario de materialización. Realmente, a los incrédulos, a los escépticos, les parecerá como cuestión de cuentos para niños pequeños, pero no parecerá lo mismo al que experimentó esa terrible realidad. Porque una cosa es conceptuar sobre algo en lo que no se cree y otra es experimentarlo en el propio pellejo. Ahora bien, ¿qué fue lo que se hizo visible y tangible para esos jóvenes? ¿Qué fue lo que danzó con ellos en medio de la fiesta? Pues, realmente, la expersonalidad. Esta suele a veces hacerse visible y tangible. La personalidad es energética, permanece en el sepulcro, pero a veces sale de él y hasta se da el lujo de andar por diversos lugares. La muerte y la concepción se encuentran íntimamente relacionadas. Los extremos se tocan. El sendero de la vida está formado con las huellas de los cascos del caballo de la muerte. Los últimos instantes del agonizante se hallan asociados a las delicias eróticas de las parejas que se aman... |
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continúa con su vida ensoñativa; si a algún desencarnado se le dijese que está muerto, obviamente no lo creería. Es ostensible que los desencarnados piensan siempre que están vivos, pues nada extraño encuentran al morir. Ellos ven siempre el mismo sol, las mismas nubes, las mismas aves ensayando el vuelo desde los tupidos sauces del jardín. Los llamados muertos, después del gran paso, ambulan por las calles de la ciudad o por los distintos sectores del suburbio donde fallecieron. Normalmente continúan con su trabajo cotidiano, y se sientan a la mesa en su casa y hasta se dan el lujo de acostarse en su lecho; jamás pensarían que han pasado al más allá. Ellos se sienten viviendo aquí y ahora. En estas condiciones, al ver su cuerpo en el ataúd, suponen que se trata de otra persona, ni remotamente sospechan que se trata de su mismo vehículo fallecido; esa es la cruda realidad de los hechos. |